¿Por qué somos diseñadores gráficos? Porque tenemos la necesidad de comunicar de manera creativa. Sin embargo, ésta no es la única respuesta a esa pregunta que planteé en una de mis clases. Me fijé en que la mayoría de las respuestas estaban relacionadas con la necesidad creadora, con la necesidad del ser humano de transformar su realidad, de ir más allá de la naturaleza y de plasmar la materia. Y más aún, con ese deseo de trascender a través del arte.
Sin esta necesidad la funcionalidad del diseño grafico quedaría reducida a un proceso mecánico, de construcción y composición de las imágenes. Un proceso meramente estructural fuera de lo humano y lo emocional.
Utilizando una frase de Fernando Trías de Bes, autor del libro “La reconquista de la creatividad”: “Nos proyectamos y reconocemos en el prójimo a través del acto de amar, y en las cosas nos proyectamos y reconocemos a través del acto de crear.”
Detrás de este proceso creativo las emociones juegan un papel fundamental. A mi parecer no existe creación capaz de evocar emociones si la creación misma carece de un proceso emocional.
Queremos crear. Una emoción que nace de un impulso instintivo del ser creativo, cuya eficacia comunicativa se debe al conocimiento, a las técnicas que permiten enfocar la información reflejando conceptos, ideas capaces de convertirse en claros mensajes visuales, realizados según su función, o por fines comerciales o de carácter social.
Como diseñadores nos movemos por dos caminos: por un lado la conciencia de saber, que es aquello que nos define como creadores y que precisa un estilo personal; y por otro, el manejo de las técnicas, a través del lenguaje tipográfico y de las imágenes.
Ambos caminos desembocan en el lugar de cruce entre el lenguaje visual y la sensibilidad estética.
Ilustración y texto de Anna Lisa Miele (Profesora de Diseño Gráfico)